Desde
que perdieron la vergüenza, hablaron de comerse a besos, soñaban despiertas con
sus respectivos alientos.
Cada
vez que hablaban, rozaban el tema, como si pudieran sentir el roce en sus
labios de la palabra eterna.
Todos
los días contaban lo que faltaba para que sus latidos se fundieran en una
llamarada. Y cuando cada vez faltaba menos, iban en aumento sus deseos.
Cuando
por fin se vieron, se unieron en un beso. El beso más deseado quizá de todos
los tiempos.
Las
horas corrían pero ellas acamparon en sus sonrisas. Palabra tras palabra,
susurro tras susurro, caricia tras caricia, aumentaba su alegría.
Pasearon
de la mano, con vergüenza todavía, pero tan felices que en su cupo no cabían.
Quién iba a imaginar que esa noche, la pasión se desataría. Todos menos las
amantes que aquel día se “conocían”.
Al
posarse las estrellas, buscaron la Luna, pero como aquella noche, ésta estaba
oculta. Pero no dejándose vencer por ello, se hundieron en mil y un besos.
Sus
pasos las encaminaron solas hacia la cama, hasta que sin darse cuenta, estaban
una encima de la otra, mirándose a la cara y deseosas de arrancarse la ropa.
Dejándose
llevar por el ansia y el aroma de sus cuerpos, arrinconaron cualquier atisbo de
sueño. Esa noche estaba hecha para permanecer despiertas.
La
camiseta, el pantalón… la ropa interior. Poco a poco fueron haciéndose lo que
el otoño a los árboles, lo que la primavera a una flor.
En esos
instantes la vergüenza no existía, el día no existía, la gente no existía. Sólo
ellas dos flotando sobre una balsa que más tarde las acunaría.
Desesperadas,
una decidió ser quien dominaría. Inmovilizando a la otra, comenzó a
acariciarla, empezando desde la cara y descendiendo… muy lento.
A
través de su flequillo negro, asomaba una sonrisa pícara junto a esos dos ojos
verdes que mataban con la mirada… Iba a matarla de placer.
En ese
momento, empezó la danza más antigua, la danza del sexo. Al ritmo de los
gemidos sacudían sus cuerpos.
Las
suaves embestidas pasaron a ser fuertes, los gritos lo pedían, se intensificaban
según ella lo quería.
“Más”,
le suplicaba. “Dios”, decía. “Sigue”, exigía. Ansiaba tocar el cielo esa noche,
ver las estrellas de cerca y ella ese deseo le cumpliría.
Por un
momento, abrió los ojos, y pudo ver en la otra, esa Luna que tanto adora, rodeada
por estrellas con un ligero destello verde.
En ese
preciso instante, tocó el cielo y, con un grito mezcla de júbilo y placer, lo
anunció a todo el mundo. Mientras, su amante la sonreía entre sus piernas
todavía.
Ella la
cogió del pelo y la obligó a darle un beso mientras decía: “eres increíble”, al
mismo tiempo.
Tras
eso, recogió al sueño arrinconado y lo depositó sobre el cuerpo aún desnudo de
esa impresionante mujer. Decidió entregarse a ella plenamente.
Con un
último beso, las amantes se despidieron hasta que despertaran luego, abrazadas
la una a la otra, como llevaban tanto tiempo queriendo.
Esto sólo fue el comienzo...
¡Por cierto! Fotografía hecha por Julia Cremades, aquí tenéis su Flickr: http://www.flickr.com/photos/sientela :)