miércoles, 24 de diciembre de 2014

Una gran noche.

En ocasiones (la mayoría), cuando salimos por la noche y no es lo que esperábamos se nos queda un mal sabor de boca, tal y como si hubieses tomado tres copas de la bebida que menos se tolera (ginebra, obviamente). Sin embargo, opino que esto ocurre porque las oportunidades se enfocan de una manera errónea porque, veréis, si existe la buena compañía y amigos que siempre sonrían, una mala noche, jamás existiría.

Quedaría muy bonito dejarlo en ese párrafo, desearos unas felices fiestas y marcharme a acumular turrón en mis abazones, como si de una ardilla me tratase (en realidad es que soy una ardilla, lo descubrimos la otra noche. Concretamente soy Scratch, la de Ice Age). ¡Pero no, amigos! Hoy os voy a explicar todo aquello que se puede aprender a lo largo de una noche que terminó siendo algo diferente de cómo se había planeado pero en la que las carcajadas no faltaron en ningún momento.

Primero de todo, quiero aconsejaros una cosa: si desde un primer momento no queréis que los planes comiencen a variar y empezáis la noche con una cena: RESERVAD. En serio, es algo realmente importante porque si no reserváis os podéis encontrar dos horas después de lo previsto en un restaurante caro a 45 minutos andando de donde estabais. Aunque claro, siempre podéis entreteneros mientras esperáis vuestro turno y jugar a adivinar qué van a pedir tus amigos. Pero bueno, lo peor puede venir luego y es que termines compartiendo un tercio durante dos horas (una de ellas sin beber) por la falta de dinero… ¡y el tercio se caliente! Pecado, lo sé, pero las risas que nos echamos por la tontería compensarían cualquier mal del mundo.

Una vez se ha cenado, toca buscar un sitio donde pasar el rato. Pero claro, ¿qué ocurre? Ya ni siquiera estamos por donde habíamos escogido salir, así que toca, de nuevo, improvisar (estos últimos meses mi capacidad de improvisación está desarrollándose mucho, la verdad). Así que ahí estábamos, en un pub irlandés donde las canciones navideñas taladraban los oídos y los chupitos no entraban como deberían porque costaban 2,5… (DOS PUÑETEROS EUROS CON CINCUENTA). Pero como todo, si estás en buena compañía, los males se curan. Por lo que las canciones navideñas se transformaron en la creación de un nuevo coro donde después se aplicarían pasos de baile y el tomar los chupitos se transformó en el aprendizaje de algunas técnicas sexuales muy interesantes (como el candado chino. Chicos, tenéis que probarlo). Quedé con las ganas de echar una partida de billar, pero prácticamente nos echaron del pub (es lo que tiene salir un lunes).

Cuando estábamos en la puerta, la gente comenzó a marcharse, aunque no sin antes llevarse unas lecciones de cómo se podría ganar mucho dinero cantando villancicos y montando coreografías por la calle. La mayoría no aceptó y quedamos tres valientes cantando “Merry Christmas” por la Gran Vía y luego por toda la zona de fiesta (eso sí, estábamos lo suficientemente cuerdos como para mirar en cada esquina que no hubiese gente en la calle). Durante nuestro merodeo por la ciudad, encontramos un “Show Girls” muy tentador que parecía invitarnos a entrar con esas luces de neón azul, pero claro, como buenos posturetas que somos, nos hicimos un maravilloso “selfie” y continuamos nuestro camino.

La verdad es que no recuerdo cuánto tiempo estuvimos caminando, aunque en realidad da igual, porque también estuvimos otro tanto sentados en la parada del bus esperando al autobús fantasma (fíjate que no lo vimos, fijo que es que al ser fantasma era invisible, qué se le va a hacer). Sin embargo, todo se hizo muy ameno porque íbamos charrando, haciendo tonterías y sonriendo. Lo que yo os diga, a ver si podéis sacar algo bueno de caminar tanto si estáis en mala compañía.

Por fin llegamos a la tierra prometida (la casa de nuestra amiga que, con toda su alma benevolente, nos permitió realizar nuestro reposo ahí). Aunque bueno, reposo, reposo, no es que hiciéramos la verdad y mira que lo intentamos. Tras enfundarnos el pijama (aunque el amigo que venía con nosotras ya lo llevaba puesto durante toda la noche), intentamos ponernos de acuerdo para ver una película (si digo “intentamos”, imagino que ya sabréis que poca película vimos), pero terminamos viendo vídeos hipnóticos para ser un macho alfa (aquí donde me veis, es mi sueño de toda la vida). Tras convertirnos en tres pares de machos alfa, necesitábamos ver sangre, así que vimos “el asesino de la cuchara” (lo sé, es demasiado fuerte para vosotros). No obstante, luego nos percatamos de que en realidad jamás seremos unos verdaderos machos alfa, pues no seríamos capaces de decirle no a un panda.

Tras tantos desvaríos a través de la red, tocó ir a dormir. Ese momento en el que todo queda en silencio y supuestamente se descansa. Pero no. Con amigos es imposible. Comenzamos a comunicarnos a través de un lenguaje no verbal pero auditivo muy interesante (algo así como: IIIIIIIIIIIIIIIIIH). Os sugiero que lo probéis y que, si os entendéis, vayáis a un psicólogo (en serio, no estaríais muy bien de la azotea). Después de unas largas conversaciones en las que despertaríamos a todo el vecindario, redujimos las conversaciones a una habitación. E hicimos un gran descubrimiento: la procedencia de los mocos. Sí, sí, como escucháis. En una galaxia muy lejana (de donde venía Buzz Lightyear), unos alienígenas echan a un agujero negro todas las secreciones que sus cuerpos pegajosos producen, pero lo que ellos no saben es que esos agujeros negros están directamente conectados con los orificios nasales de todo ser humano que se encuentre en el planeta tierra (a los astronautas no les afecta si están fuera del planeta). Así que lo dicho, nuestros mocos en realidad son babas de alien.

Las conversaciones, empujones, cosquillas y risas se alargaron durante unas dos horas antes de quedar completamente dormidas por puro agotamiento, pero eso sí, no nos fuimos sin un último descubrimiento: si cuando te explican algo (o, por ejemplo, tras leer todo este rollo), te cuesta procesarlo más que a los demás, no es que seas tonto (que tal vez también), es que piensas en balleno y eres más lento (aunque jamás superarás a Dori).


Felices fiestas a todos y no olvidéis que los amigos también son vuestra familia. Dedicadles vuestro tiempo y vuestras sonrisas, ellos harán lo mismo :)

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Arriesgar.

La capacidad del ser humano para cambiar de opinión en el último momento es maravillosa. Pero todavía lo es más su capacidad impulsiva y descontrolada de seguir con aquellos cambios de opinión.

Arrancamos directamente de nuestras entrañas deseos que están enterrados a más de tres metros, con tal de que ningún perro entrenado para ello sea capaz de olfatear la podredumbre de esos deseos ya marchitos. 

Los sacamos al exterior sin miedo ni pavor, lanzándonos a otro camino totalmente distinto, evitando la bifurcación que había anteriormente y atravesando las ramas y los peligros que acechan tras una gran selva deshabitada (o no).

En ese instante, nos vemos completamente desnudos, tal como los árboles que ya están en proceso de perecer. No sabemos dónde hemos acabado ni, concretamente, el motivo. Ya os hablaba alguna vez de las corazonadas, los pálpitos. Tal vez sea por eso, o simplemente podría deberse a la tamaña estupidez del ser humano (opto más por lo segundo). 

¿Pero sabéis que es lo peor (o lo mejor, si lo vemos desde el punto de vista de aquel que se haya desnudo en mitad de una decisión que no sabe por qué la ha tomado)? Que va a salir de esa. Va a lograr salirse con la suya y, de una manera u otra, la suerte le va a sonreír.

Es curioso como juega el destino con nosotros, ¿no? O la libertad. Aunque ambos términos van de la mano. La importancia de esto radica en que, hagas una cosa u otra, habrá sido decisión tuya y las consecuencias que esa decisión acarree no son más que caminos diversos que se abren ante ti.


Con todo esto quiero decir, en resumidas cuentas que, escojamos una u otra cosa, nos arrepintamos o no de las elecciones tomadas, siempre va a haber algo por lo que merezca la pena continuar por ese sendero. Sin embargo, opto por arriesgar. 

Si todo va a estar bien, ¿por qué no hacerlo?

martes, 16 de diciembre de 2014

La sensación.

Los latidos aumentando, la sangre rebotando y jugueteando tras sus ojos, un hormigueo subiendo desde los pies hasta las manos, los labios se tuercen en una extraña sonrisa y, de repente, un salto en la cama.

Despierta. Se encuentra despierta y tirada sobre su cama. Hasta hace un momento estaba durmiendo, pero no siente cansancio ni la necesidad de volverse a tumbar aunque todavía le quedan 4 horas por delante. ¿Qué habrá soñado? Ni siquiera ella lo sabe, pero la sensación ha permanecido tras el sueño y el olvido.

Éxtasis. Se encuentra en un estado de puro éxtasis. Quiere comerse el mundo, siente que puede con todo. Un pálpito, una corazonada o, tal vez, un susurro de alguien que le guía. Algo le indica que debe levantarse, vestirse e irse. Siente que tiene que desaparecer, que hacer lo que desea. No quiere arrepentirse, quiere que esa sonrisa, que esa sensación se mantenga.

Ningún laberinto sería capaz de hacer que se perdiese, pues ella camina mucho más alto que ningún muro que le pueda frenar la vista. Se encuentra corriendo por las calles pero su mente está mucho más allá, todavía permanece en el recuerdo de la sensación. Esa sensación. Se pregunta si alguien más habrá sido capaz de experimentarla. Tal vez fue la misma sensación que llevó a Colón a las Américas. Quizás sea la sensación previa a un gran descubrimiento. Puede que esta misma sensación llevó a Franklin a atar una llave en una cometa a la espera de ser alcanzado por un rayo. Quién sabe. Ella solo quiere disfrutarla, aprovecharla.

Corriendo. Sigue corriendo con rumbo a ninguna parte, se dirige a la estación de trenes. Ni ella misma sabe dónde acabará, solo conoce una verdad: tiene que hacer algo. Solo por una vez quiere que se le nuble la cabeza. Casi sin darse cuenta, acompañada por numerosas melodías que corretean por su mente, se encuentra tumbada frente al mar sobre unas rocas, escuchando cómo las olas rompen con furia y acarician su piel con una ternura jamás vista.

Amanece. Está viendo amanecer. El pálpito, el susurro, la corazonada. Eso era lo que le decían: tienes que ver algo nuevo, tienes que ver como un día surge de entre sus cenizas, tienes que dejarte llevar, perder el norte y renacer. Con la misma sonrisa con la que despertó, esta chica muestra una convicción: va a ser quien quiere ser, va a hacer lo que más desea, va a perder el miedo, va a lanzarse de cabeza y va a aceptar todos los pálpitos que se le presenten, por mucho que asusten o no parezcan lo apropiado.


¿Que por qué ha decidido eso? ¿No es obvio? ¿Cómo va a aprender a volar si teme al viento?

"Una corazonada es la creatividad tratando de decirte algo" - Frank Capra.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Diálogos nocturnos.

La cabeza contra la almohada, disposición completa a perder el sentido.
 Lo impiden los latidos.

Apoyado en el colchón sientes otro cuerpo, con la tuya su respiración se confunde.
Te sumerge, te hunde.

Palabras incoherentes salen de tu boca, le susurras tus delirios.
Principalmente enfermizos.

Como consuelo obtienes un beso, obtienes una caricia.
Y una terrible pesadilla.

Hielo por labios, garras por manos.
Deseo frustrado.

Silueta esquelética, certera asesina.

¿Quieres consultarlo con la almohada todavía?

miércoles, 19 de noviembre de 2014

El hombre de las mil voces.

Cada noche, los pensamientos se escabullen de nuestras mentes y se hacen un rincón en nuestras camas. Poco a poco van creciendo, hasta el punto de que perdemos el equilibrio y chocamos contra el suelo (pobres de aquellos que duerman en literas). Llegados a ese punto, tratamos de encontrar la raíz de esos pensamientos y expresarlos en voz alta, pero no es tan sencillo, sino, explicádselo a ese pobre hombre que no conocía su propia voz.

El problema de este hombre era el ya mencionado: cada noche las dudas le asaltaban (a mano armada) y el quebradero de cabeza se hacía todavía mayor: ¿cuál es mi voz?, se preguntaba. La oscuridad le devolvía el susurro de los árboles como respuesta.

Qué ironía, hasta los árboles conocen su voz.

Las calles, empapadas de lágrimas que no conocían el verdadero dolor, invitaban a este curioso hombre a caminar (pero no sin gastarle alguna que otra broma y hacerle resbalar). Paseó por los caminos más iluminados, tal vez así algo se le contagiaba y su bombilla quedaría iluminada, pero de nuevo fue en vano. Parecía otra noche perdida, por lo que fue a aquel lugar donde nunca era despreciado.

Mi verdadero hogar.

Entró por la puerta y acto seguido un foco iluminó su silueta.

Bienvenido, bienvenido. Las almas en pena siempre lo son en este lugar. Disfruta y escucha o, si lo prefieres, sal a cantar.

Poco tardó en reaccionar. Pidió una copa y se lanzó al escenario. Total, ¿qué más le da? Cualquier canción es capaz de cantar.

¿Qué canción quiere el señor?... Supongo que ante ese gesto indiferente cualquiera le será suficiente.

Las notas comenzaron a inundar el lugar. Incluso algún borracho gritó: ¡Tsunami!, de la ola que parecían formar. En ese instante, con el sonido de la baqueta chocando contra el plato, la “voz” del hombre se dio paso. Podría tratar de definirla, podría decir que era melodiosa, apacible, excitante, gloriosa… pero nada se aproximaría a la definición exacta.

Ese sonido que sus cuerdas vocales producían, esa canción que entonaba sin pensar qué parecía, dejó a todos y cada uno de los espectadores anonadados, como todos y cada uno de los días. El silencio se podía palpar, dejó a todos sin palabras.

El pobre hombre volvió a su asiento, pidió otra copa y decidió escuchar. Nadie se interesaría por oírle hablar, nadie iría a pedirle conversación, tan solo servía para amoldar su voz en cualquier canción.

Cualquiera diría que es una bendición. Lástima que cada canción que canto me agujerea un poco más el corazón.

Terminó su bebida, dejó el dinero en la barra y se dispuso a marchar de nuevo por esas calles empapadas que ahora incluso parecían llorar. El camino de vuelta se hizo más pesado que cualquier otro día: no he bebido suficiente, a sí mismo se decía. Perdió la noción del tiempo, tan solo caminaba hacia delante tratando de no reflexionar, pues de nada le serviría, en ese momento tan solo iba a la deriva.

Paso a paso, rehacía el camino, pero algo le parecía diferente. La luz. Era de día. Seguramente habría dado un rodeo (no el de los vaqueros) y el reloj había decidido adelantar el tiempo. Comenzaba a encontrarse a niños yendo a la escuela, gritando y corriendo por los pasos de cebra.

Menuda energía, menudas voces… vaya envidia.

Un niño atolondrado tropezó con ese hombre: Disculpe, señor. A modo de respuesta obtuvo una sonrisa. ¿Le he hecho daño? Parecía que el niño no se iba a marchar hasta que escuchara alguna palabra de tranquilidad. ¿No puede hablar? La pregunta más acertada que podría haber hecho, al pobre hombre le sintió como una puñalada en el pecho. Negó con la cabeza y continuó su camino, tratando de ocultar la tristeza de su mirada y dejando al niño con la intriga en sus entrañas.

Capaz de imitar, pero no capaz de hablar.

Llegó a su casa y se tiró en la cama. Con la mirada perdida en el techo, sacó la grabadora de debajo de la almohada.

Bienvenido, bienvenido. Las almas en pena siempre lo son en este lugar. Disfruta y escucha o, si lo prefieres, sal a cantar.// ¿Qué canción quiere el señor?... Supongo que ante ese gesto indiferente cualquiera le será suficiente.

Grabó exactamente la misma voz que la de aquel hombre que lo invitó a cantar. Tras ello, se disponía a grabar también la del niño, pero imaginarse a sí mismo con esa voz, le provocó un escalofrío.

Soy demasiado grande como para tener esa voz.

Y, como cada noche, o día, según el momento en el que se dormía, depositó la grabadora en la mesita, cerró los ojos y se preguntó: ¿cuál es mi voz?


Pobre hombre… capaz de entonar mil voces pero incapaz de tener una propia.


PD.: Gracias a Marcos, un compañero de MTL, que es quien me dio la idea para este pequeño relato :)

sábado, 8 de marzo de 2014

Lunáticos.

Desde pequeña siempre me han enseñado que existe el bien y el mal, las buenas acciones y las malas acciones – siempre tachándolo todo de negros y blancos – pero, desde hace algún tiempo – y con ello me refiero a años (como la típica anécdota que la datas como “el otro día”) – me he planteado seriamente si realmente esa clasificación es correcta.

Veréis, yo siempre voy a vivir con la idea de que aquel que hace malas acciones, recibirá castigos acordes con sus actos; y, por el contrario, quien hace buenas acciones, recibirá premios acordes con sus actos. Sin embargo, nunca he creído en blancos y negros, yo siempre he sido de grises.

Ante una mala acción, me planteaba seriamente el porqué de ésta: si ha robado una barra de pan, ¿no será porque tiene que alimentar a su familia?; si ha mentido; ¿no será porque quería proteger algo ante el daño de la verdad?; si gritaba y molestaba, ¿no sería porque ansiaba proclamar algo a todo el mundo? Nunca he sido capaz de ver las malas acciones como únicamente el negro que se le atribuyen.

Sin embargo, tampoco he sido capaz de ver las buenas acciones única y exclusivamente con el blanco que se le atribuyen:

De acuerdo, tal vez esté mintiendo. Para mí, las personas son esencialmente buenas – por mucho que la gente diga que nuestra naturaleza es egoísta y acaparadora – y no pretenden el mal, tan solo se desvían de su camino.

Hace no mucho, comentaba con un colega el hecho de que toda persona necesita sentir que está en este mundo por algo. Pues bien, considero que aquellas personas que realizan el mal, no encuentran ese sentido, ese hecho que les hace sentir completos. Por lo tanto, por ese mero motivo – y debería escribir mero entre comillas por lo inútil de su participación en la oración – acuden a tergiversar su existencia hasta el punto de convertirla en algo malévolo.

De este modo, (y sin mucha lucidez debido a la altas horas de la madrugada) – y tal vez a alguna copa de más – voy a arriesgarme a decir que lo único que necesita toda persona para vivir en paz consigo mismo y con los demás es una razón de ser en este mundo.

Así pues, propongo algo: ¿por qué no vamos por las calles repartiendo razones?

Si realmente me habéis entendido, enhorabuena, sois algunos lunáticos más a favor de la benevolencia del ser humano, por el contrario, si no lo habéis hecho, estáis demasiado cuerdos para seguir leyéndome.



martes, 25 de febrero de 2014

La mujer pájaro.

Muy buenas, ladies and gentleman, hoy no traigo un poema, ni un relato, ni una reflexión, sino que quiero mostraros un proyecto de clase.

El proyecto consistía en hacer un tremendo esfuerzo y realizar plagio por toda la web con tal de conformar un microrrelato digital. La idea del microrrelato me ha parecido ingeniosa, sobre todo por el hecho de que debíamos hacerlo mediante haiku (voy a dar por hecho que la mayoría aquí no saben de lo que esto se trata), es decir, un poema japonés compuesto única y exclusivamente por tres versos.

He de decir que nunca he sido muy "fan" de dichos poemas, pero lo último que iba a hacer era plagiar alguno que encontrase por la web, así que he escrito tres por mi propia cuenta y dando rienda suelta (como siempre) a mis queridos desvaríos. Así pues, los haiku han quedado así:

"Trece suspiros,
Pensamientos perdidos,
Caída al vacío.

Brillan dos alas,
Recogen esas penas.
Alzan el vuelo.

Negro pájaro,
Intensos ojos verdes,
La suerte ha cambiado".

El tema está en que esto no era lo único que se debía hacer, por lo tanto debía completarlo con imágenes y música (una composición realmente compleja que, por consiguiente, necesita un programa altamente cualificado para ello), así que para ello he hecho mano del Windows Live Movie Maker. Apuesto que todos aquellos que son aficionados a la creación de vídeos me darían una colleja por utilizar este programa.

Bueno, no voy a entretenerme más. Aquí tenéis el microrrelato digital que he hecho: "La mujer pájaro".

lunes, 13 de enero de 2014

¿Dónde se dirigen?

Pasear por la ciudad, por los rincones más apartados de ésta, respirar el (poco) aire fresco que hay en ella y observar, simplemente observar alrededor, es la mejor manera que conozco para evadirme del mundo (siempre y cuando no esté a su lado, obviamente).

Cada vez que salgo, solitaria y embriagada por la música, mi mayor punto de interés es el cielo. Ese cielo que cada día tiene un tono diferente, que alberga miles de secretos y que nos resulta tan inalcanzable. Ese cielo al que dirigimos prácticamente todos nuestros deseos, ese cielo que nos hace sentir tan diminutos, que nos enseña que somos una milésima parte del universo (o incluso menos). Ese cielo por el que nos encantaría navegar con nuestro barco hecho de sueños, ese cielo que nos recuerda nuestra frustración de que no volemos, ese cielo que sólo puede llegar a ser realmente conocido por los seres alados.

Cuando me quedo mirándolo, siempre hay algún pájaro que lo surca, con esa elegancia que los caracteriza, agitando sus alas tranquilamente, regocijándose ante el hecho de que yo jamás podré alcanzarlo por mucho que salte. Ese pájaro recorre distancias inimaginables, visita cientos y cientos de lugares, lleva consigo una gran historia que nosotros nunca seremos capaces de comprender. Ese pájaro ha sobrevivido a tempestades sin ningún lugar en el que refugiarse. Ese pájaro ha presenciado más atardeceres que ningún ser humano pueda superar. Ese pájaro, oh, cómo envidio a ese pájaro.

Una vez leí que, cuando crecemos, cuando maduramos (o chorradas de esas que nos inculcan desde que somos críos), la vida deja de parecernos interesante y tan sólo nos preocupamos por cumplir con nuestras obligaciones (esas obligaciones que la sociedad nos ha impuesto, por supuesto). Quedamos tan cegados por los hechos que suponen que cumplamos años, que olvidamos disfrutar de la vida. Olvidamos que los títeres se mueven por su propio pie y nos fijamos en los hilos que sostiene el titiritero del teatro, olvidamos que la Luna nos persigue cada noche al ir en coche, olvidamos que las nubes esconden cientos de historias en sus múltiples formas. Olvidamos, siempre olvidamos por lo que realmente merece la pena vivir. Incluso olvidamos que el amor es pasión, sorpresa, desesperación, anhelo; y lo sustituimos por una rutina triste y aburrida en la que cada vez que se pronuncia un “te quiero” o, peor aún, un “te amo”, ya no se enciende ese brillo en la mirada ni se nos traban las palabras de la emoción.


Por favor, ¿hasta dónde vamos a llegar? Si crecer significa eso, si crecer implica perder la fascinación por el mundo, me niego a crecer. Prefiero marcharme con Peter Pan y no volver jamás, porque, veréis, para mí, la vida no es preguntarse de qué huyen las aves, sino hacia dónde se dirigen.


domingo, 12 de enero de 2014

¿Destino o recorrido?

¿Habéis escuchado la expresión “lo importante no es el destino, sino el recorrido”? Voy a dar por sentado que sí (quien no la haya escuchado, muy poca cultura tiene).

Esta frase siempre me la repito a lo largo de mi vida, pero la mayoría de veces surge en mi mente cuando mi destino es realmente importante, cuando no estoy realizando un viaje metafórico, sino que estoy realizando un viaje hacia algún lugar. En estos momentos, cuando voy en coche, en tren, en autobús… y miro por la ventana, dejándome llevar por la elegancia del paisaje, por la heterogeneidad de sus colores, por la luz del Sol bañando cada rincón, por el aire meciendo las copas de los árboles, por los ríos fluyendo por su cauce tranquilamente; viene a mi mente esa frase y no puedo evitar que una sonrisa irónica se forme en mi rostro. En ese instante me digo: “menuda tontería. ¿Quién puede desear que el recorrido sea largo, quién puede realmente disfrutarlo si lo que más ansía es llegar a su destino?” Y me veo, como siempre, contando los minutos que quedan para bajar del transporte y correr (sí, correr, casi siempre acabo corriendo) hacia ese lugar tan deseado.

Puede que alguien me contradiga diciéndome que entonces por qué me he fijado tanto en el paisaje, que por qué sé que en ese trayecto el Sol inundaba todo el exterior avivando los colores de la naturaleza, que por qué sé que el río fluía tranquilamente y no bravo por ser muy caudaloso, que por qué sé que el aire acariciaba las hojas y no las azotaba con furia. Ante eso tan sólo puede aparecer otra sonrisa irónica en mi cara, pero no respondería, tan sólo miraría a la lejanía y volvería a pensar en mi destino, en ese lugar.
Y es que, ¿quién sería capaz de disfrutar de semejante cúmulo de belleza si la verdadera belleza, la única belleza que ansía no está a su lado, sino al final de ese camino? El paraíso se halla al final de ese recorrido y sólo puedo desear que el tiempo corra lo más deprisa posible para alcanzarlo cuanto antes. Y, una vez estoy allí, aplico un poco de hipocresía (tanta hay en esta sociedad que me permito usarla de vez en cuando a mi favor) y entonces hago que esa frase vuelva a resonar en mi cabeza “lo importante no es el destino, sino el recorrido” y me la creo. Pues en el momento en el que estoy en el paraíso, quiero que el camino sea eterno. Quiero pararme en cualquier momento, en cualquier situación y observar detenidamente lo que se encuentra a mi lado.

Supongo que a muchos os ocurre lo mismo, pues voy a dar por sabido que casi todos tenemos un paraíso lejano, un pedazo de cielo en la tierra, un oasis en medio del desierto, o, si nos ponemos algo más realistas, una chocolatería abierta a las tantas de la madrugada tras volver de fiesta. Todos tenemos un lugar que aparece en nuestros sueños como el deseo más anhelado de nuestro subconsciente. No obstante, yo tengo muy asumido que es el deseo más anhelado de mi subconsciente, de mi  parte consciente y de la inconsciente. Cada parte de mi ser susurra, si bien no lo grita en silencio, que su mayor meta es permanecer allí, aplicando esa querida frase tan usada de manera hipócrita (al menos por mi parte).

Entonces, yo me pregunto algo, ¿cuál es el lugar en el que queremos perdernos? ¿Cuál es ese rincón en la Tierra en el que desapareceríamos de muy grata forma? (Os aseguro que me lo cuestiono prácticamente a diario, sobre todo cuando voy de viaje; miro a todos los pasajeros y me pregunto qué les lleva a la misma parte del mundo que a mí. Algún día encontraréis a una chica alocada que irá preguntándoselo a todas las personas del autobús, así que no os asustéis). Mi lugar es muy sencillo, pero los dichosos kilómetros me lo impiden. Parece que disfrutan con ello, como cuando me voy alejando de allí, cada kilómetro recorrido es como una burla nueva recordándome que me separan de mi pedazo de cielo.

Me gustaría, pues, si alguien lee este desvarío, que me contase cuál es ese rincón en el que se apartaría para vivir para siempre, ese rincón por el que siente que cuando se encuentra alejado, va muriendo poco a poco, a base de suspiros de añoranza.


Por cierto, creo que mi lugar más anhelado está bastante claro. Ese sitio en el que encantada moriría, ese sitio en el que mis sueños se hacen realidad, ese sitio en el que no hay más pesadillas ni más intentos infructuosos de ser completamente feliz, ese sitio idílico con el que despierto cada día en mente… ese sitio son sus brazos.