miércoles, 15 de abril de 2015

Danza infinita.

La danza guió los pasos hasta el negro abismo en el que nos derretimos, cayendo con la elegancia de una gota de agua por una mejilla encharcada.

Tal vez se temía el golpe final, el compás que sonaría al ritmo de la batuta, pero en ese instante daba exactamente igual.

Seguramente podríamos planear, que no volar. Íbamos danzando, creando ondas de fuego alrededor. Dos globos aerostáticos que descendían velozmente.

Vueltas y más vueltas sobre nuestros ejes. La caída parecía infinita. Que tal vez lo era. Nunca quise abrir los ojos del todo. Si los abría, prefería perderme en el amanecer color miel.


Un brindis por esa danza infinita que quizá terminó nada más comenzar.