sábado, 21 de noviembre de 2015

Paseos nocturnos.

La ciudad había sucumbido a la vida nocturna. Los gritos eufóricos de la gente se escuchaban a la lejanía. Pero ella no participaba en el bullicio de la locura personificada.

Caminaba lentamente, alejándose de todo. Tenía un rumbo fijo: volvía a casa. Sin embargo, no parecía que fuera alguna parte. Sus pasos la zarandeaban, como si el mar en calma la moviese por una ligera corriente, como si ella fuera una pequeña barca en mitad del inmenso océano.

Cada zarandeo hacía que un nuevo pensamiento llegara a su mente. Aunque todos los pensamientos tenían un factor en común: ella.

No obstante, no le preocupaba. Un sentimiento de calma la inundaba, como la lluvia iba inundando la ciudad a los ojos tranquilos de la niebla que se posaba relajada sobre su cabeza. No se distinguían las figuras de las personas que iba encontrando en su camino, pero siempre imaginaba la misma figura. Con ese caminar característico cuando se acerca a ella, directa hacia sus labios.

Solo quería compartir ese paseo nocturno con ella. Y por mucho que la melancolía la invadiese, la sonrisa no se le borraba. Sabía que lo compartiría muy pronto, y no solo una vez. No solo una noche.

Serían muchas las noches que pasarían juntas. No le preocupaba el tiempo, o la soledad del momento. Porque justo eso es lo que era, un simple momento.

Entonces siguió caminando, pensando en el nuevo día que se abriría en pocas horas, pensando en cómo esa noche sería una noche menos para encontrarse entre sus brazos.

Una noche menos para verse. Una noche más para recordarla a su lado, abrazándola.