miércoles, 21 de diciembre de 2016

Noches circulares.

A veces me gustaría que, cuando la noche cae, yo cayese con ella. Adoraría caer junto al telón, quedarme detrás, a oscuras y en silencio sin necesitar nada. Solo esa tranquilidad.

Pero no. 
Ni mi mente ni mi cuerpo tienen los mismos planes que yo.

Así que aquí estoy, como tantas otras noches. Escuchando canciones en bucle a la par que mis pensamientos van reciclándose unos a otros.

Estas son noches circulares. 
No llevan a ningún sitio, pero desgastan durante el recorrido.

Son noches en las que no merece la pena pelear. 
Es mejor dejarse llevar y dejar que te maten.

Tal vez tenía razón de pequeña cuando no podía dormir y creía que la única solución era que me dejaran inconsciente.

Obviamente, antes que eso, prefiero convertirme en un autómata que deja que las palabras se apoderen de ella.

Pero las palabras siempre son incoherentes, inconexas. 
Solo sé eso.

Esta noche pensaré lo mismo una y otra vez. 
De mil maneras diferentes, pero siempre lo mismo.

Reutilizando la última palabra del pensamiento anterior para comenzar uno nuevo con menos sentido.

¿Lo peor? Cuando acabe la noche ni siquiera recordaré todo lo que ha cruzado por mi mente, aunque me despertaré con una conclusión. 

Ya veremos quién será capaz de explicarla.


Por ahora, descansad por mí y no os convirtáis en insomnes.

lunes, 13 de junio de 2016

Buen viaje, Sofía.

Sabéis, existen personas que son tan increíbles que este mundo se les queda pequeño. Me encantaría decir que llegué a conocer a fondo a una de ellas. Un ser extraño y atípico que hacía que todos sintiésemos la necesidad de bailar y festejar a su alrededor, de vivir cada momento intensamente y sentirlo en el fondo de nuestro corazón. Me gustaría decir que la conocí bien.

Pero no fue así. Se marchó antes de que me diera tiempo a ello.

Recuerdo cuando empecé a leer sus escritos. Me sentía tan identificada. Me decía a mí misma: “necesito conocer a esta chica. Seríamos compañeras de aventuras”. Pero lo máximo que llegué a hacer fue hablarle de vez en cuando por Twitter. Nunca tomé la iniciativa de conocerla de verdad, pese a que estuviese a la otra punta del país.

Y no sabéis lo que me arrepiento de ello.

Porque sé perfectamente que esa chica hubiera iluminado mi mundo. Porque sé que nos hubiéramos prometido amistad eterna. Porque sé que su energía y sus ganas de vivir se me hubieran contagiado hasta más allá de la muerte. No sabes lo que me hubiera encantado conocerte, Sofía.

Pero he llegado tarde.

Hace meses te dejé un mensaje en tu blog. Ese blog que llevo leyendo tanto tiempo y que siempre me ha inspirado en mis peores momentos. Tras ver que no contestabas, empecé a preocuparme. Pero me negaba a creerlo. Hoy me he atrevido a abrir los ojos y mirar lo que de verdad estaba sucediendo.

Te has marchado.

Y lo comprendo. Eras un ser demasiado especial para este mundo. Necesitas repartir tu magia por otros universos, pero joder, lo que daría por haber sentido un poco de ella. Me hubiera encantado haber conocido de qué color era tu risa y qué aroma tenía toda tu alegría. Pero afortunadamente sí que ha habido gente que ha podido disfrutar de tu presencia y se han enriquecido de toda tu esencia.

Así que hoy me despido de ti. Pero no es un adiós.

Porque espero encontrarme contigo en alguno de esos mundos que estás visitando y conocerte por fin, para poder decirte lo mucho que te admiro. Eres una flor entre la maleza que ha embellecido un campo de minas.


Buen viaje, Sofía. En este mundo siempre habrá gente que te quiere.

P.D.: Esta entrada va dedicada a una persona muy especial. Solicité permiso a su hermana para colgar este escrito hace un tiempo, cuando me enteré de todo y lo escribí, con lágrimas en los ojos. Pero solo hoy me he atrevido a colgarlo. Solo pretendo hacer honor a su memoria y recordar que nuestra presencia, nuestras palabras y nuestros actos pueden marcar a muchísimas personas, aunque solo hayamos intercambiado unas horas con ellos, aunque solo hayamos hablado con ellos en un par de ocasiones. Pero sobre todo, quiero recordar que debemos ser nosotros mismos y vivir todas las experiencias que podamos, porque de eso se trata la vida, de exprimirla al máximo.

miércoles, 1 de junio de 2016

Alas de acero.

Es curioso cómo los sentimientos se pueden ir amplificando a medida que pasa el tiempo.

Sé que para algunos resulta algo obvio lo que a mí me parece curioso, pero es solo porque no lo habéis observado desde un punto de vista diferente.

Para mí, en un comienzo es todo intenso. La pasión, la necesidad de estar con el otro... pero poco a poco eso tiende a ir en descenso.

Ya sabéis, las cosas suelen caer por su propio peso, y cuanto más queremos a alguien, más dudas y exigencias sentimos.

Sin embargo, siempre va a haber alguien que te rete. Que te haga ver lo que puedes llegar a sentir, que te haga olvidar todo lo que creías aprendido.

Y a mí eso me sucedió a partir de un día en el que, borracha perdida, empujé por las escaleras a un tipo que me estaba acosando al grito de: "¡no quiero nada contigo porque estoy enamorada!"

Sé que os preguntáis qué le pasó al tipo. Tranquilos, no ha muerto. Pero afortunadamente nunca volvió a aparecer en mi vida.

A lo que me refiero es que no me había dado cuenta de que mis sentimientos habían crecido tanto hasta ese preciso instante.

Los problemas obviamente comenzaron entonces. Porque yo sí lo sentía. Ella no.

Aquí ni se me pasó por la cabeza rendirme. Y os preguntaréis: "¿y esta gilipollas?"

Porque quien me conozca sabrá que estoy de Erasmus y creerá que lo que estoy haciendo es una tremenda gilipollez.

Pero para mí no.

Para mí esto es una simple prueba. Una aventura más en mi vida. Sería algo así como: "Estefanía y la mujer con el corazón de hielo".

Así como una mezcla entre Narnia y Harry Potter con unos toques de humor negro de la saga Millenium.

Y no es fácil, que lo sepáis. Pero, ¿y lo que reconforta? ¿Y lo feliz que seré cuando vuelva a España y pueda seguir demostrándole lo que la quiero?

Para mí, eso es lo más bonito de todo. Que yo continuaré siéndole fiel en una etapa en la que todos decidieron llamar a esto "Orgasmus".

Y cuando llegue el momento en el que se enamore de mí (si es que llega, y si no llega, pues a morir en el intento), sé que no va a ir cuesta abajo.

Porque sé que cuando suceda, ya habrá pasado lo peor para nosotras. Porque ya habremos tocado fondo juntas y nos habremos vuelto a alzar sobre nuestras propias alas.

Pero lo mejor de todo esto es que ya aprendí la lección hace tiempo:

Mis alas ya no son de cera. Ya puedo volar cerca del Sol.

PD.: Imagen tomada del blog de Vigo (http://lalibreria.blogspot.com.es/2007/03/aguilas-de-acero.html?m=1). Gracias :)
           

lunes, 7 de marzo de 2016

Peso muerto.

Había comenzado este viaje hacía mucho tiempo. Tanto que ya le era prácticamente imposible recordar el inicio.

Había recorrido mucha distancia. Distancia en la que había conocido a muchísimas personas que marcaron su paso.

Sin embargo, por mucho que la mayoría fueran pasajeras, ahora llevaba su carga a las espaldas. Cada vez, su paso se volvía más pesado. Era demasiado complicado alzar el pie del suelo para seguir avanzando.

De vez en cuando, debía parar en mitad del camino. Las heridas en sus hombros se iban haciendo más visibles, hasta el punto de sentir como le quemaban. Su espalda se iba deformando poco a poco.

Ahora, su figura no era esbelta y elegante. Ya no caminaba con paso firme y seguro. Seguía hacia delante, sufriendo como nadie. Pero seguía, porque creía que ya no le quedaba otra.

Y ahí estaba. Tal vez a 2 kilómetros del tramo final. Pero ya sin fuerzas.

Al peso de la espalda se le sumó el peso de las lágrimas que no había derramado por su sufrimiento.
Y a estas lágrimas se le sumaron tantas carcajadas que no había podido dejar salir porque no tenía motivo.

Con todo este peso sobre su persona, la gravedad hizo el resto.

Se desplomó.

Y, tal y como había sido siempre, no hubo nadie para tender su mano y levantar ese peso muerto del suelo.

Así que ahí permaneció. Y tal vez permanezca todavía.
Sollozando como un niño recién nacido. Dejando salir toda su tristeza para ver si algún día, tal vez con un poco de suerte, se le acabe y entonces, tras liberarse de ese peso, pueda levantarse.


Así que llora, amigo. Llora. Libérate y sigue tu camino.

domingo, 28 de febrero de 2016

Un hogar al que regresar.

Llevo ya bastantes meses fuera de casa en esta aventura conocida como “Erasmus”. No me fue difícil hacerme a la idea de que no iba a ver a mis amigos, ni a mi pareja, ni a mi familia en bastante tiempo.

Tampoco fue complicado acostumbrarme a los horarios, tradiciones y personas del lugar. Nunca tuve duda alguna de que esto sería así.

Sin embargo, lo que no esperaba es echar tanto de menos aquello que deje en mi ciudad, en mi país. Día a día, me he podido ir dando cuenta de que sí, soy una cabra loca, pero necesito un sitio donde poder volver. 

Un hogar.

Un hogar donde pueda ver a mis seres queridos siempre que quiera y no depender de un maldito avión, sus horarios extravagantes y sus precios que vuelan por encima de las nubes como ellos.

Esto ha sido justo lo contrario a lo que pensaba que me sucedería. Pensaba que al venir, despreciaría cada vez más el estar atada a un sitio.

Pero no, me he percatado de que no es que estuviera atada involuntariamente, sino que el nudo estaba muy flojo y puedo soltarme siempre que quiera.

Así que ahora, viendo la situación en la que me encuentro, perdiéndome el comienzo de la festividad de mi tierra, puedo afirmar sin temor una cosa: quiero volver a España.

No estoy diciendo que lo esté pasando mal aquí, es simplemente que de esta manera he podido apreciar todo lo que tengo y llegar a la conclusión de que, sí, quiero ver mundo. 
Quiero experimentar.


Pero quiero tener siempre unos brazos a los que volver.