Llevo ya bastantes meses fuera de casa en esta aventura
conocida como “Erasmus”. No me fue difícil hacerme a la idea de que no iba a
ver a mis amigos, ni a mi pareja, ni a mi familia en bastante tiempo.
Tampoco
fue complicado acostumbrarme a los horarios, tradiciones y personas del lugar. Nunca tuve duda alguna de que esto sería así.
Sin embargo, lo que no esperaba es echar tanto de menos
aquello que deje en mi ciudad, en mi país. Día a día, me he podido ir dando
cuenta de que sí, soy una cabra loca, pero necesito un sitio donde poder
volver.
Un hogar.
Un hogar donde pueda ver a mis seres queridos siempre que
quiera y no depender de un maldito avión, sus horarios extravagantes y sus precios
que vuelan por encima de las nubes como ellos.
Esto ha sido justo lo contrario a lo que pensaba que me
sucedería. Pensaba que al venir, despreciaría cada vez más el estar atada a un
sitio.
Pero no, me he percatado de que no es que estuviera atada
involuntariamente, sino que el nudo estaba muy flojo y puedo soltarme siempre
que quiera.
Así que ahora, viendo la situación en la que me encuentro,
perdiéndome el comienzo de la festividad de mi tierra, puedo afirmar sin temor
una cosa: quiero volver a España.
No estoy diciendo que lo esté pasando mal aquí, es
simplemente que de esta manera he podido apreciar todo lo que tengo y llegar a
la conclusión de que, sí, quiero ver mundo.
Quiero experimentar.
Pero quiero tener siempre unos brazos a los que volver.